lunes, 8 de septiembre de 2008

LA IMPALA DE QUICO

OS COPIO A CONTINUACION UNA HISTORIA QUE HE ENCONTRADO EN "EL RINCON DE MICROTALLER",(http://microtaller.blogspot.es/)NO HE PODIDO EVITAR EL REPRODUCIRLA AQUI.   CREO QUE RESUME UN POCO EL SENTIR DE MUCHOS A LOS QUE NOS GUSTAN LAS MOTOS ANTIGUAS, Y SERÍA MARAVILLOSO QUE DETRAS DE CADA UNA DE NUESTRAS MOTOS HUBIESE UNA HISTORIA COMO ESTA:


Creo que ya conté la historia de la Impala, pero no me importa repetirla, al contrario. 
Hace unos años mi mujer y yo (entonces mi novia) compramos una casa pequeña en un pueblín de León de tan solo 23 habitantes. Y la compramos porque era barata y nos gustó y además no teníamos dinero para más (la hipoteca era por 2.500.000 ptas). Y esa fue nuestra primera casa, a la que tan solo íbamos una vez al mes pero que para nosotros tenía mucha importancia. El que guardaba las llaves era un tal Quico, que era el cartero de todos aquellas aldeas y que es una persona extraordinaria de un nivel humano como pocas veces he vuelto a ver. Y Quico llevaba casi treinta años repartiendo el correo con la Impala por caminos de tierra y carreteras estrechas de montaña, en Invierno y Verano, hiciese frío y calor. 
Pero la vida va cambiando y nosotros espaciamos cada vez más nuestras visitas: yo tenía muchísimo trabajo y cometí el error de dejar de lado las cosas sencillas, hasta que llegamos a ir al pueblo una o dos veces por año. En ese tiempo Quico se jubiló y le diagnosticaron un Parkinson, de modo que dejó de usar la moto. A mi mujer y ami nos gustaba compartir con Quico y Marcelina, su mujer, un vinillo, un trozo de chorizo y una charla en su cocina cuando estábamos allí, y en una de esas le pedí que me vendiese la moto, y de verdad que en aquél entonces me pareció un sacrilegio, porque en el fondo la Impala era lo único que le sujetaba a su vida de cartero cuando todavía se sentía útil. Quico me dijo que también se la había pedido un vecino y os juro que me confortó muchísimo saber que aunque no sería mía por lo menos estaría cerca de su propietario original. 
Y así pasaron dos años, hasta que decidimos vender la casa y fuimos al pueblo a pasar el último fin de semana. Entonces, Quico me cogió en un aparte y me dijo "si quieres la moto, es tuya. Me das veinte mil duros y te la llevas, pero no le cuentes a nadie del pueblo por cuanto, porque aquí la gente es muy envidiosa". Y se le saltaban las lágrimas. 
Quince días después fui a por ella con un buen amigo. Quico la sacó del pajar en que se encontraba y me demostró cómo arrancaba, aunque con su enfermedad pude ver que le costaba un montón. Y la moto arrancó a la tercera o cuarta patada. Esa era la última vez que iba a arrancarla él y lo sabía, no había más que ver cómo lloraba cuando la subimos a la furgoneta. Se acercó y me dijo "lo único que te pido es que cuando la arregles me la traigas para verla". Y nos fuimos carretera arriba camino a casa con un nudo en el estómago. 
Esta es la Impala que yo tengo, y me preocupa mucho que no me de tiempo a terminarla para que Quico la vea, porque la enfermedad hará cada vez más mella en él y el tiempo no tiene piedad. Yo no compré la moto por su forma, motor, marca o lo que sea. Yo la compré porque para mi mujer y para mí es un trozo de historia que no quería se perdiese en algún chatarrero desaprensivo, solo por eso, y me encanta verla en mi garaje y procuraré terminarla cuanto antes y marchar al pueblo y tomar un vino con Quico y ver cómo se le ilumina la cara. 
Y por eso estará conmigo hasta que tenga que venderla y me tiemble la mano al firmar los papeles, como a Quico.


1 comentario:

Anónimo dijo...

joer... me sudan los ojos. Hermosa historia.